PLEGABLE
Colectivo de trabajo político-social
PDA Atlántico
Año 2 No. 5 Agosto del 2007
EDITORIAL:
A propósito de encuestas, representación y democracia.
Permítannos un título tan pretencioso, pero imprescindible analizar a propósito de las futuras elecciones.
Algo aceptado por filósofos y cientistas sociales es la pérdida del verdadero sentido de la política por el advenimiento de la sociedad de masas, las diferentes formas de totalitarismo, la carencia de formación política en mucha gente, la violencia, la manipulación de la información, etc.
Expresión de la pérdida del verdadero sentido de la política es la nefasta influencia de las encuestas. Estas han reemplazado la deseable opinión autónoma y deliberativa del ciudadano. Casi determinan, salvo excepciones, los resultados electorales. En un país donde la política se ha reducido a depositar el voto, esto
hace más preocupante la enajenación-alienación diría Marx-del ciudadano. La democracia deja de serlo no solo cuando se reduce al procedimiento de “elegir” a unos representantes (?) si no cuando parte importante de la población es manipulada por diferentes medios, entre ellos las mencionadas encuestas.
Varios columnistas han criticado la dinámica de las encuestas. Recordamos una reciente de Daniel Coronell. Las mismas hacen parte del dispositivo electoral que el establecimiento se inventó para orientar la opinión a favor de sus candidatos. En esta ocasión no han faltado las encuestas solo que en esta vez se nota que algunas son deliberadamente sesgadas a favor de los candidatos uribistas.
Presentamos la columna de Saúl Hernández a propósito del tema.
Otra expresión de la crisis de la política tiene que ver con lo que se ha llamado política espectáculo. Se refiere a la irrupción electoral de personajes de farándula que aprovechan su popularidad para ganar curules, por un lado y por otro a los que Frei Betto llama marketing electoral. Respecto a lo primero, el fenómeno se expresa en el hecho de que mucha gente vota es por la imagen de estas personas
y no por programas. Lo segundo hace referencia a la configuración de candidaturas a partir de lo que vende, con lo que se evita la deseable afiliación a un candidato por su programa y, en el caso de la izquierda, el montaje de campañas a partir de criterios de publicidad casi comercailes que desdibujan su aunténtico mensaje. Ojalá en Colombia no nos pase esto. Presentamos las reflexiones del pensador brasilero sobre esto en Se venden candidatos...
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La política reducida a lo electoral hace olvidar que lo que está en juego es el principio mismo de la representación política. Ya de por sí la democracia formal de tipo liberal la tergiversa, evitándola en el fondo, dado que los “representantes” o la mayoría no representan al elector. Sobre esto presentamos la reflexión de Francisco Bohórquez en Sobre representación política, una visión que asume los presupuestos filosóficos políticos de Hannah Arendt.
Por lo reseñado arriba uno de los objetivos del Polo debe ser el de rescatar el verdadero sentido de la política, enajenado por la sociedad de masas, las diferentes formas de totalitarismo, la violencia, la corrupción, la pérdida del juicio crítico del ciudadano, etc.
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La perversidad de las encuestas
Saúl Hernández. Columnista de EL TIEMPO.
No pueden ser la brújula fundamental que oriente nuestro rumbo político. A esta sociedad mediatizada no podía pasarle nada peor que vivir pendiente de las encuestas, no tanto las que se refieren a candidaturas -que también tienen sus bemoles- sino las atinentes a gobernantes en ejercicio, sobre todo al Presidente. Las encuestas trivializan el ejercicio de la política, desorientan a la opinión pública, entorpecen el análisis y la crítica y ciegan al gobernante, haciéndolo confundir los objetivos y procedimientos más convenientes. Todo porque se asume que las encuestas pueden evaluar un mandato a pesar de ser un instrumento imperfecto y de que la opinión es voluble y subjetiva.
Es así como, cuando no favorecen al Gobierno, los analistas y la oposición les dan demasiada importancia a unas cifras lacónicas que carecen de exactitud y hasta se prestan a interpretaciones opuestas. Y cuando sí lo favorecen, los adeptos hacen lo mismo, motivando un pulso que estimula al gobernante a modular sus decisiones de acuerdo con la opinión de la gente. El riesgo que eso entraña es que se pasa de la acción programática de gobierno a la reacción permanente, a extraviarse en la solución de pequeñas crisis.
Las encuestas no pueden ser la brújula fundamental que oriente nuestro rumbo político porque la información que arrojan es pobre y está plagada de peligrosas generalizaciones. ¿Qué significa que la mitad de los encuestados desaprueben el manejo de la economía cuando esta pasa por su mejor momento en décadas? ¿Que están molestos por la revaluación, por el desempleo, por la inflación, por la concentración del ingreso, por el costo del combustible, por todas las anteriores? El buen desempeño de la economía, amparado en cifras verificables, evidencia una contradicción que, a pesar de todo, no es paradójica porque la opinión pública es cambiante e insatisfecha por naturaleza.
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Las encuestas son tan engañosas que mientras algunos le retiran su apoyo a Uribe por no ceder al intercambio humanitario, otros dejan de hacerlo por liberar guerrilleros; nada más antagónico. De ahí que no sea sensato tomarlas muy en serio, a menos que provean datos precisos.
La oposición lleva cinco años esperando que Uribe se caiga y cada año celebran el bajonazo de rigor como el definitivo, el que marca la "tendencia". Pero el Presidente, que también vive preocupado por esos resultados, vuelve a subir sin mayor esfuerzo, así sea solo porque "sus adversarios se equivocan más que él", como dice el ex ministro
Armando Benedetti. En ese marco, lo que se ha privilegiado no es un modelo sano de propuestas, deliberación y consenso, sino un pulso entre Uribe y sus antagonistas, y entre todos han convertido las encuestas en un arma.
Sin embargo, un presidente con más de 60 puntos de imagen favorable y aprobación de su gestión, después de cinco años, es un sólido bloque de granito que saldría reelegido para un tercer periodo tan fácil como lo fue para el segundo. Claro que eso no debería alegrar a nadie porque el capital político hay que gastarlo en las reformas que requiere el país, afectando ese fantasma que es la "favorabilidad".
Y por no darles el gusto de una pírrica victoria a sus opositores, el presidente Uribe podría pasar a la historia con más simpatizantes que logros definitivos, lo que generaría una grave frustración.
Lo más triste y doloroso para el país es que haya tanta gente cruzando los dedos para que Uribe se desfonde en las encuestas hasta el fondo de un barril sin fondo. Es tal la insensatez que poco les importa el hecho de que, para que eso ocurra, tendrían que suceder cosas tan graves que hasta los mismos insensatos lo lamentarían.
La realidad es que lo que no miden las encuestas, con ningún grado de precisión, es la culpa del gobernante. Pero por serlo, he ahí el paganini de que haya mucha lluvia o mucho sol, de que explote un volcán o de que maten a unos secuestrados.
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Saúl Hernández
Frei Betto: Se venden candidatos.
Con la Revolución Industrial, la producción en serie exigió motivación para el consumo. Los bienes dejaron de tener sólo valor de uso y pasaron a tener, sobre todo, valor de cambio. Poco a poco, la producción dejó de apuntar estrictamente a las necesidades de los consumidores. El mercado se volvió un fin en sí.
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Se pasó a producir, no para satisfacer carencias, sino para obtener lucros exorbitantes. Así, se amplió el mercado de productos superfluos, lo cual exige mayor empeño publicitario, de modo de convertir, a los ojos del consumidor, lo superfluo en necesario. El capitalismo todo lo reduce a la condición de mercancía. Es lo que Marx calificó de reificación. Productos agrícolas e industriales, servicios y actividades culturales, ideas y creencias, todo se transforma en mercancía a ser tratada según las leyes del mercado. Políticos y políticas pasan a recibir el mismo tratamiento. Salen los cientistas políticos para ceder paso a los mercadotécnicos.En el transcurso del actual sistema electoral, predomina la victoria de los candidatos que cuentan con más recursos financieros y, por lo tanto, están en condiciones de costear más publicidad
La vieja izquierda, interesada en el "asalto al poder", desdeñaba la publicidad, aunque se empeñaba en divulgar sus propuestas. Pero lo hacía a partir de presupuestos equivocados como creer que ellas iban al encuentro de los sufrimientos del pueblo y, por lo tanto, funcionarían como fósforo encendido en tanque de gasolina. Se percibió demasiado tarde que el ideal de los pobres es la ilusión burguesa. Ser como los ricos es más seductor que luchar por la igualdad social. Igualdad que la izquierda proponía a través del discurso hermético de los conceptos ideológicos, inaccesibles a la comprensión popular. Se utilizaba un dialecto que sólo era comprendido por los miembros de la tribu ideológica.Descartado el horizonte revolucionario, la nueva izquierda se rindió al pragmatismo publicitario. Es preciso competir en condiciones de igualdad con los demás candidatos. Así, el servicio de los mercadotécnicos se hizo más importante que los análisis prospectivos de los analistas políticos de una campaña electoral. Ahora lo que importa es vender al mercado ese producto llamado candidato. Hacerlo digerible al gusto del consumidor-elector, de modo que éste le dé a aquél sus votos, como expresión de su esperanza.La opinión pública no digiere el código conceptual de la izquierda. Condicionado por los sofisticados recursos publicitarios, que se dirigen más a la emoción que a la razón, el mercado consumidor es más sensible a la forma que al contenido, a las apariencias que a la propuesta, a lo que toca al afecto, y no tanto a lo que apela a la inteligencia.Así, a la izquierda parece no quedarle alternativa, si quiere ganar las elecciones (mientras que no haya reforma del sistema electoral), debe someterse a los parámetros del marketing. Por eso, las candidaturas, salvo raras excepciones, sufren cada vez más de progresiva desideologización, revestidas de una envoltura que encubre convicciones y propuestas, dejando transparentar apenas trivialidades: el sabor de la familia del candidato, el prestigio de las personas que lo apoyan, su apariencia siempre jovial y decidida, en fin, una envoltura que inspire confianza en los consumidores- electores.
La pasteurización electoral de la izquierda corre el riesgo de prolongarse en el ejercicio del poder. Si la mujer de César debía ser honesta y también parecerlo, el político que se deja maquilar por los efectos electorales peligra con preocuparse más en parecer eficiente que ser eficiente. Gobierna poniendo el ojo en las estadísticas de opinión.
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Abdica de sus compromisos de campaña para someterse al síndrome del electoralismo, o sea mantenerse en el poder pasa a ser su obsesión, y no la de administrar para lograr mejores condiciones de vida de la mayoría de la población.Esa desideologización tiende a reducir la política al arte de acomodar intereses. Se pierden la perspectiva estratégica y el horizonte utópico. Ya no se busca otro mundo posible. Ahora todo se reduce a cultivar una buena imagen frente a la opinión pública. Poco a poco, desfallece la militancia, dando lugar a los que actúan por contrato de trabajo, gente desprovista de aquel entusiasmo que imprime idealismo a una propuesta. La movilización es suplantada por la profesionalización.La política siempre fue un factor de educación ciudadana. Vaciada de contenido ideológico, como de consistencia de ideas, se transforma en un mero negocio de acceso al poder. Como ocurrió en California con Schwarzenegger, se elige a quién tiene más visibilidad pública. Aunque esté desprovisto de ética, principios y proyectos. Es la victoria del mercado sobre los valores humanitarios.
En el lugar de Libertad, Igualdad y Fraternidad entran la visibilidad, el poder de seducción y los amplios recursos de campaña. Es el predominio del marketing sobre los principios. Y, como todos sabemos, el secreto del marketing no es vender productos: es vender ilusiones, con las cuales se envuelve los productos. Ilusiones que llenan la mente de fantasías, aunque no llenen el estómago. Pero también alimentan la inconformidad de los excluidos que, atraídos por la fantasía, toman la realidad, a su manera. Peor para todos nosotros. A menos que la reforma política venga a depurar y mejorar nuestro proceso democrático.
Alainet, 10/09/05.
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Sobre representación política.
Francisco Bohórquez.
(Notas de un futuro artículo)
Entendemos por representación política la institución política por la cual un representante a nombre de otra persona (ciudadano-elector) toma decisiones políticas, legislativas y legales en su nombre. Esto se da partir del hecho de que el elector lo designa como su representante y por la imposibilidad de que la totalidad de los ciudadanos participen en la toma de decisiones, sobre todo en las de carácter legislativo.
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La representación política es una de las nociones más importantes de la filosofía política y de la vida pública desde el surgimiento del Estado moderno. Se trata de uno de los elementos claves de toda organización estatal ya que, según la teoría liberal, a través de ella se concreta la democracia, es decir, la posibilidad de que el ciudadano participe de la toma de decisiones que le afectan y de que ponga en práctica el principio republicano según el cual el pueblo elige a sus representantes. Supone el convencimiento de que el ciudadano sea representado por personas que él elige libre y responsablemente y a quienes delega la posibilidad de decisión[1]. Por lo tanto, la organización y la legitimidad de los estados dependen del principio de la representación.
Pero ¿sí garantiza la democracia participativa la activa participación del ciudadano en los asuntos públicos? Es válido este interrogante porque en los países que constitucionalmente establecieron esta forma de participación no se ha garantizado este derecho ciudadano. El nuestro es un ejemplo palpable.
Los cuestionamientos a la representación afirman que a la misma subyace una relación de poder y subordinación ya que supone la existencia de un dominante que decide en nombre de un dominado que no siempre tiene la posibilidad de ejercer control sobre aquel. El aspecto fundamental de esta cuestión es que, aunque la teoría liberal asuma que el poder emana de la voluntad de los ciudadanos, estos quedan a merced de los representantes.
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Incluso, para algunos, la representación significa la imposibilidad de asumir una auténtica vida política.
Se ha criticado el carácter formal de la democracia liberal. Una crítica pertinente que se hace a la noción liberal de representación es la de Hannah Arendt. En ella plantea claramente las cuestiones que se discuten a propósito de la misma: “La alternativa tradicional entre representación como simple sustituto de la acción directa del pueblo, y la representación como gobierno de los representantes del pueblo sobre el pueblo, controlado popularmente, constituye un dilema indisoluble. Si los representantes electos están tan vinculados a las instrucciones recibidas que su reunión solo tiene por objeto ejecutar la voluntad de los electores, no les queda otra alternativa que considerarse recaderos de excepción o expertos a sueldo que, a semejanza de los abogados, son especialistas en representar los intereses de sus clientes…Sí, por el contrario, se concibe a los representantes como gobernantes, designados por un determinado tiempo, de sus electores…la representación significa que los votantes renuncian a su propio poder , aunque sea voluntariamente y el adagio ‘todo el poder para el pueblo’ es solo cierto durante el día de la elección”[2].
Podemos ver aquí que Arendt plantea la cuestión fundamental respecto a la representación: cómo lograr que los intereses del ciudadano estén realmente representados por los representantes. En sentido más general esto es un elemento clave de la relación entre el ciudadano y el estado. Esta tiene elementos fundamentales para la vida política como son: la relación del ciudadano con la ley
(cuándo es legítimo acatarla o no), la representación (el principio de soberanía
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popular, la relación voluntad ciudadana-toma de decisiones) el tipo de democracia, los derechos y deberes, etc.
El constractualismo (Hobbes, Russeau, Kant, etc.) explica el origen de la sociedad política como producto de un pacto o contrato entre los ciudadanos y el Estado. Aún reconociendo la necesidad de la institucionalización y de la representación que tal pacto implica (sobre todo si estamos en un estado liberal o burgués), el ciudadano debe mantener la independencia frente al estado y forjar formas de control y participación en las decisiones políticas. Esto es lo que llama Arendt versión horizontal del contrato.
Este supone que el ciudadano, a pesar de delegar, mediante la representación política, se reserva su autonomía frente al Estado a través del ejercicio de la acción libre. La ventaja de este contrato está en que liga a cada miembro con los conciudadanos; en que este compromiso no se basa en recuerdos históricos ni la apelación a un Estado-nación, ni por la intimidación de un Leviatán (Estado: Hobbes), sino en la fuerza de las promesas mutuas. Además la sociedad permanecerá intacta aún si el gobierno se disuelve. Por otro lado, un pacto así garantiza el derecho a disentir que implica el asentimiento y esto es la característica de una sociedad libre. Este asentimiento se basa en la versión horizontal del contrato y no en las decisiones de la mayoría. La posibilidad de asentir o disentir libremente inspira la acción del ciudadano y le inspira a asociarse voluntariamente.
Lo importante de esta concepción es que, si bien se concibe que el ciudadano como partícipe del pacto, se reserva la posibilidad de actuar libremente, cualquiera sea el desarrollo político a partir del pacto, es decir, que si el Estado incumple o viola los pactos, la sociedad civil puede disentir (desobediencia civil) y hacer cambiar o derogar una ley que viole el pacto o disolver el gobierno (incluso a través de un
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movimiento revolucionario). Es decir, el pueblo se constituye en deliberante porque dota al gobierno de la constitución, pero a la vez actúa como vigilante y garante de que los pactos se cumplan. Esto implica la permanente deliberación de ciudadanos. La ventaja de esto es que, por un lado, se respeta la pluralidad (clave en toda sociedad democrática) y, por otro, la deliberación ciudadana es expresión del poder que resguarda los intereses políticos del pueblo. Esto permite superar la tradicional noción de la delegación y representación y el abismo entre la toma de decisiones y la voluntad de los ciudadanos. La deliberación constante entre los actores, capaces de acciones y discurso, es necesaria para superar la tradicional representación y la asunción de un espacio público entendido como un mundo común que surge entre un nosotros y que supone la coordinación de acciones ante la ineludible pluralidad humana (así concibe Arendt el poder). La deliberación es una actividad compartida que permite un mundo compartido. Así los actores conservan y multiplican el poder que han sabido generar y reivindicar.
Podemos ver que Arendt en el marco de su teoría republicana por un lado, resuelve el problema de la institucionalización (necesaria e ineludible…) y, por otro, propone un pacto que, además de garantizar la participación del ciudadano, permite su independencia frente al estado y que se resguarde frente a los posibles abusos de poder teniendo la posibilidad de disentir (desobediencia civil) o de cambiar radicalmente las instituciones y fundar un orden político libre (revolución). Es decir, el ciudadano mantiene su independencia política frente al estado así sea partícipe del pacto.
Esto supone ciudadanos activos y participantes. No propiamente el tipo de ciudadanos en los países tercermundistas. Además de los factores que distorsionan o evitan la auténtica acción política (corrupción, violencia, etc.), la falta de educación
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política y la ausencia de una ciudadanía crítica han llevado a la existencia de democracias restringidas y a que los ciudadanos no estén genuinamente representados.
El Polo tiene el deber de propiciar una ciudadanía que genere otras formas de poder y de representación.
Recomendamos…..
Proponemos los nombres de cuatro (4) candidatos al Concejo de la ciudad por el PDA:
Wilfredo Jiménez: líder cívico y luchador popular.
Rodolfo Hernández: Abogado, líder de USO.
Eliana Bastidas (051):
Miembro de la Dirección Nacional del Partido, defensora de Derechos Humanos, propone una Vocación social al servicio de la comunidad..!
Cristóbal Padilla:
A la Asamblea:
Antonio Mendoza:
Néstar Franco de Ferrer:
Llamamos a votar también por los candidatos del Partido a las Juntas Administradoras locales. Se necesita conocer a los aspirantes a cada localidad. Sería una buena oportunidad para que los militantes y simpatizantes por barrio se conozcan y coordinen.
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RECUERDA QUE OTRO PAÌS Y MUNDO SON POSIBLES.
Comunícate con:
pdatlantico@yahoo.es
colectivopda@hotmail.com
poloatlantico@gmail.com
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[1] La teoría de la representación es fundamentada para los clásicos del liberalismo. Por ejemplo, Montesquieu en su libro XI del Espíritu de las Leyes, fundamenta la representación política en una razón práctica: "como en un Estado libre todo hombre debe estar gobernado por sí mismo, sería necesario que el pueblo en masa tuviera el poder legislativo, pero siendo esto imposible en los grandes estados y teniendo muchos inconvenientes en los pequeños, es menester que el pueblo haga por sus representantes lo que no puede hacer por sí mismo”. Montesquieu: El espíritu de las leyes. Eliasta Editorial. Madrid, 2005.
[2] Hannah Arendt: Sobre la Revolución. Biblioteca de política y sociología. Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1967.
viernes, 24 de agosto de 2007
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